Fernando de la Campa y Cos
Personaje de pintura novohispana
En mi vida hice muchas cosas. Me desempeñé en varias ocasiones como alcalde ordinario y fui encargado de minería, oidor de la Real Audiencia de Guadalajara, auditor de guerra, juez general de bienes de difuntos, superintendente de los negocios del Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe y coronel de Infantería Española de los Reales Ejércitos de Su Majestad. Lo que más me reconocen son mis actos heroicos defendiendo las haciendas del norte del país de ataques de bandidos insurrectos, sobre todo en San Luis Colotlán y Sierra de Tepeque. Aunque parece que fui un hombre exitoso, ningún título nobiliario, ningún terreno y ningún reconocimiento Real disminuyó el dolor que me causaron mis dos hijas mayores, Juliana Francisca Isabel y María Ildefonsa: al morir su madre –Rosalía Dozal Híjar de la Madriz, mi primera esposa–, prefirieron saciar su avaricia y heredar en vida antes que tener una relación conmigo. Al menos, Ana María, mi benjamina, mi hija más pequeña, fruto de mi segundo matrimonio con Isabel Rosa Catalina, tuvo un carácter más afable y filantrópico.