En la Nueva España, las religiosas realizaban una ceremonia de coronación después de prepararse para hacer los votos monásticos. En esta, tomaban votos de obediencia, pobreza, castidad y, algunas, clausura de manera perpetua. Dejaban la vida común a cambio del matrimonio místico con Dios. La vestimenta de las monjas para realizar esto incluía varios elementos simbólicos, pero sobresalía la corona, que simbolizaba la entrega de la joven al servicio de Cristo.
Durante el Virreinato, y aun después, este tipo de cuadros fueron muy importantes porque se convertían en el recuerdo con el que permanecía la familia cuando la monja entraba al convento, ya que probablemente no la volverían a ver. Además, convertirse en monja no se hacía siempre por voluntad propia; era la obligación que le correspondía a las segundas hijas: la primogénita, por lo general, contraía matrimonio y la siguiente debía profesar en un convento independientemente a si tenía o no la vocación religiosa.