Un personaje sentado, abatido, que viste un gran sombrero de palma, rifle y canana. En su cuerpo se trasluce el esqueleto, augurando la muerte y el sentido lúgubre de la lucha revolucionaria. La pintura cuestiona la violencia y los años de lucha ante un panorama devastado, literalmente en ruinas, donde las máscaras han caído y se ha revelado una trágica realidad.
Como parte de la segunda generación de muralistas, y aún con un profundo sentido nacionalista, las pinturas de Jorge González Camarena no refieren a cantos heróicos de la revolución, ni a simples idealizaciones del contexto mexicano. En cambio, plantean una reflexión y dan cuenta del agotamiento del discurso revolucionario en la década de 1950. Representa también la asimilación de las vanguardias europeas y la última etapa de la Escuela Mexicana de Pintura.