En la Nueva España, enseñar la división de castas y todas sus posibles combinaciones, que eran al mismo tiempo marcas de estatus, fue una de las prioridades de los gobiernos virreinales. La pintura de castas se convirtió en uno de los recursos más importantes para llevarlo a cabo. A manera de libro ilustrado, este género del siglo XVIII mostraba en series de pinturas cuál era el resultado de mezclas raciales particulares; en este caso, una hija torna atrás de padres español y albina y, por otro lado, un hijo castizo de mestiza y español.
Además de los significados moralizantes que tenían estas pinturas y de ser exclusivas de la Nueva España, la pintura de castas servía como propaganda comercial, por lo que implicaba la representación de la riqueza de elementos autóctonos, como los textiles y las flores y frutas que se representan en esta pieza.