Uno de los principales objetivos de la pintura costumbrista del siglo XIX era la capacidad de representar una escena completa con un mínimo de elementos. La obra de Édouard Pingret es un ejemplar excepcional de esta práctica de la época, ya que empleó una representación minimalista de un paisaje de volcanes y, con mayor atención al detalle, del atuendo de un hombre para transportarnos a ese lugar y tiempo específico. Este personaje tan distintivo, ataviado con un abrigo de paja, un sombrero, una vara y un par de huaraches, personifica a un pastor en el Valle de México. Las pinturas de Pingret fueron llevadas a Francia por su familia, pero en 1976 fueron adquiridas y repatriadas por el Banco Nacional de México.