El artista michoacano Félix Parra, que llegó a ser director de la Academia de San Carlos y maestro de Diego Rivera después de estar pensionado en Europa, pintó este cuadro poco antes de morir, por lo que deja ver la madurez de su técnica y estilo: el cuidado en la representación de los materiales, la difusión de la luz y sus reflejos, la composición con pocos elementos, entre otras cualidades.
El cuadro pertenece al género de naturaleza muerta, que cobró relevancia en la Academia desde mediados del siglo XIX, cuando se copiaba a pintores europeos de siglos anteriores como parte de la formación académica. Las naturalezas muertas permitían la exploración de las cualidades materiales de los objetos, como en este caso los contrastes entre la cerámica, los pliegues de la tela y el dorado de la bacía, las tonalidades frías en un extremo frente a las cálidas del otro y la frescura del agua en contraposición a la apariencia marchita de algunas de las flores.