Hoy se suele imaginar a las haciendas como lugares de retiro y descanso, aunque originalmente fueron los complejos productivos por excelencia durante el siglo XIX y parte del XX. Por una parte, una hacienda era propiedad de un señor, el hacendado, y de ella y de su éxito dependía su prestigio. En esa época, las haciendas servían como productoras agrícolas, ganaderas o mineras, lo que era esencial para la economía y la vida mercantil de las distintas regiones.
Esta pintura forma parte de los tres paisajes de las haciendas que el arquitecto y empresario Lorenzo de la Hidalga le encargó al artista italiano, ubicadas en la zona de Izúcar de Matamoros, Puebla. La mitad del cuadro es ocupada por cielo y nubes de colores vibrantes, característicos de Landesio. En la parte central se pueden ver las distintas unidades de producción, desde la llegada de la caña hasta el acueducto, la rueda hidráulica y el trapiche, además de la capilla y la llamada casa grande. Todo ello es enriquecido con figuras que dan a la imagen la impresión de cómo pudo haber sido la vida cotidiana en esos días.