Antes de la fotografía, la pintura era el medio para conseguir un retrato. Como en otras partes del mundo en el siglo XVIII, en el México virreinal tener uno era señal de prestigio e indicaba la pertenencia a cierto estrato social o linaje. En esta pintura se muestra una mujer de gran esplendor aristocrático: su vestido, accesorios, la cortina e incluso el punto negro que tiene en la sien sugieren grandeza y teatralidad. Esos círculos negros recibían el nombre de “chiqueadores” y podían estar hechos de carey, telas o emplastes de mezclas botánicas. Estaban relacionados con la medicina tradicional para curar el dolor de cabeza, aunque también eran marcas de belleza.
A Andrés de Islas, el autor de esta pintura, se le presentó el reto de retratar a una de las mujeres más famosas de la época. Se trata de doña Ana María de la Campa y Cos, una empresaria que reunió, junto con su esposo don Miguel de Berrio, una de las fortunas más grandes en la Nueva España. Esta acaudalada pareja mandó a construir su residencia, el Palacio de los condes de Valparaíso, donde actualmente se pueden apreciar esta y más pinturas que forman parte de la colección del Banco Nacional de México.