Se trata de una obra que casi cierra el siglo XX. En ella, se distingue la presencia de una bicicleta y elementos geométricos que aluden a la arquitectura. No obstante, todo se mezcla y se difumina, de tal manera que al explorar el cuadro parecieran emerger nuevas formas: algunas de aspecto antropomórfico, otras simples geometrías, ángulos y curvas. En conjunto, la obra parece una serie de capas superpuestas de telas grabadas y traslúcidas, haciendo que el polvo de mármol opaco adquiera una cualidad casi etérea.
Francisco Toledo, el autor de esta obra, fue un pintor oaxaqueño que integró referencias tanto locales como globales en su trabajo, creando una iconografía muy sugerente. Junto con la diversidad de técnicas, el uso de todo tipo de materiales y su trabajo activista y filantrópico, Toledo es sin duda uno de los pintores mexicanos recientes más importantes a nivel mundial.
La temática de la bicicleta en su obra se remonta a 1975, siempre con un significado especial como símbolo de libertad y movilidad. La bicicleta, en calidad de elemento central en esta pieza, sugiere una relación distinta, relacionada con la identidad local, lo que se refleja en el título de la obra: “oaxaqueña”.