Al final del siglo XIX, el ferrocarril era un símbolo de la modernidad porfiriana. Velasco lo pintó como tal y como un elemento que rompía el entorno tradicional del paisaje de la milpa y el valle. La hacienda es de San Antonio de Padua Coapa, conocida por su importante producción de maíz y pulque. Al centro de la composición se observa la presencia de los edificios que la componen y que conviven con el ferrocarril y con la vegetación, que sobresale con total naturalismo, dejando ver la habilidad de Velasco para retratar elementos botánicos.
Su dominio del color como componente expresivo se manifiesta en los diversos tonos de azul en el cielo, que ocupa la mitad de la composición, y en el entorno del valle. El legado pictórico de Velasco ofrece más que un registro de la época y muestra el punto de vista de un experto paisajista, sensible al cambio de lo rural a lo urbano en la transición del México decimonónico a la modernidad del siglo XX.