María Izquierdo, una de las artistas mexicanas más destacadas del siglo XX, incorpora en esta pintura elementos que la caracterizan y con los se identificaba. Algunos de estos se repiten en otras de sus pinturas y también se observan en retratos realizados por pintores como Rufino Tamayo: los guantes blancos, el blusón rosa o los paraguas de colores vibrantes. Aunque no se representa a sí misma físicamente, la pintura se considera un autorretrato. La artista de Jalisco aborda el tema de vanitas de manera muy original, aludiendo a la vanidad, lo efímero y lo que se torna insignificante frente a la ineludible certeza de la muerte. Elementos como las joyas o el frasco de perfume son símbolos de esta reflexión.

En su periodo creativo posterior a 1936, Izquierdo mantuvo un diálogo intenso con las ideas de Antonin Artaud, quien visitó la Ciudad de México en ese año y de quien la artista incorporó ciertos motivos en su pintura. En esta imagen, se aprecia una búsqueda surrealista de mundos oníricos que se manifiesta a través de la inesperada disposición de los objetos. La composición se presenta como el desdoblamiento de un pequeño mundo que alberga con sus propias lógicas una conexión con lo íntimo y lo personal.