La pintura de José Agustín Arrieta es notable por la calidad de los cristales y reflejos que presenta. La obra se distingue además por su meticuloso nivel de detalle, que casi da la impresión de ser táctil. Arrieta juega magistralmente con la luz, los colores y los destellos que se reflejan en las piezas colocadas sobre una mesa de mármol frente a un espejo. Entre estos objetos, se encuentran perfumeros, vasos y licoreras distribuidos alrededor de un vaso de cristal con flores cubierto por un capelo.
La pintura es un ejemplo de uno de los géneros que Arrieta promovió: el bodegón. Aunque en la segunda mitad del siglo XIX el género había perdido popularidad y se consideraba pasado de moda, al artista le cautivaba su poder para transmitir significados profundos, como referencias al estatus social y a la riqueza económica de quienes le encargaban las obras. El hecho de que el bodegón hubiera caído en desuso y ni siquiera se enseñara en la Academia de San Carlos mientras Arrieta era estudiante le provocó poca popularidad entre sus contemporáneos y muchas veces fue atacado por los críticos.