Jesús Guerrero Galván veía la pintura como un medio poético para abordar realidades que parecen trascender la temporalidad. Su obra proyecta una solemnidad que parece desafiar el paso del tiempo. Se le clasifica dentro del movimiento del realismo mágico, que introduce elementos poco comunes en el ámbito cotidiano. Su contribución se destaca, además, por la excepcional maestría en el uso del color y la forma.
Al llegar a la Ciudad de México en 1930, después de estudiar en Estados Unidos y colaborar con sus compatriotas tapatíos, Guerrero Galván se unió a la tercera generación de muralistas. En este período, las temáticas políticas y sociales de la pintura mural progresivamente evolucionaron hacia la exploración de lo fantástico. En esta escena, se aprecia claramente un minucioso estudio del arte renacentista, que el artista había explorado en los primeros años de esa década. La suave curvatura de la silueta de la protagonista recuerda a las antiguas madonas. Sin embargo, su manejo de la luz y la falta de profundidad en el fondo crean una atmósfera misteriosa y oscura que evoca lo desconocido.