La esencia de la obra de Frida Kahlo está en su capacidad de representar con alegorías su estado emocional. En esta ocasión, usa las frutas para explorarse a sí misma. Representa los ciclos de la vida, la muerte y el sufrimiento que atravesaba en esa etapa a causa de su frágil estado de salud y de su conflictiva relación con su pareja, Diego Rivera. Ella misma se representa en los frutos partidos que muestran su carne al rojo vivo como metáfora de su propio dolor físico y emocional.
También hay muchas referencias sexuales: la sangre que emana de las tunas, el falo representado por un gran hongo, las trompas del hongo coral, los pliegues sugerentes del chayote blanco y los pechos a los que aluden los falsos hongos de la parte inferior. La artista propone que la sexualidad es equivalente a las creaciones de la madre tierra. Todo esto resulta en un acercamiento particular de la artista al género de la naturaleza muerta, que fue su predilecto hacia los últimos años de su vida. Mediante esta vívida representación de los colores, las formas y las texturas de los frutos, Kahlo parece contradecir (como en otras de sus pinturas lo señala explícitamente) la idea de que se trata de elementos “muertos”. Por el contrario, parece sacar a relucir su vitalidad y elige productos propios del suelo mexicano con una larga historia en la alimentación prehispánica.